¡Oh, vosotros, que gozáis de sano entendimiento; descubrid la doctrina que se oculta bajo el velo de tan extraños versos! ~ Dante; Inferno

martes, 10 de octubre de 2017

Nunca medraron bueyes en los páramos de España

Nunca medraron bueyes en los páramos de España


Me duele España, decía Miguel de Unamuno ante la barbarie que estaba presenciando, allá por inicios del s. XX, al ver cómo el fascismo ganaba enteros en su amada tierra.

Hay que ver, Miguel, qué poco hemos cambiado después de tanto tiempo. No, ni siquiera un ápice.

En la actualidad tan intensa que estamos viviendo, no podemos siquiera imaginar cómo fue tu época, pero sí podemos sacar sabiduría de palabras de sabios y poetas como las tuyas o el propio Miguel Hernández, quien dijo que nunca medraron bueyes en los páramos de España en su poema Vientos del pueblo.

El poeta de Orihuela, quien también sufrió el fascismo en carne propia, tenía toda la razón del mundo; sus viajes a lo largo de las tierras del país le permitieron hacerse una idea de cómo era en verdad España: una tierra donde en cada rincón todo es diferente; las ideas, las personalidades e incluso las comidas, pero sin duda, todos unidos bajo la misma premisa, la libertad y la vida.

¿Qué significa España, ser español? ¿Qué quiere decir Nación? ¿Qué es ser patriota o nacionalista?
Estos dos hombres que he mencionado supra murieron a manos de gente que decía ser patriota. Estos dos hombres escribían sobre la patria, y fueron acusados de no ser patriotas. Por este motivo, ¿qué demonios significa ser patriota como para que todo el mundo alardee de ello e incluso ataque al prójimo?

A día de hoy, sigo sin saberlo. Me he aventurado a sacar una conclusión, una definición, por mí mismo (un tanto inocente, es cierto, pero es en la inocencia donde radica la verdadera esencia de la bondad, y lo que necesita el mundo son, precisamente, hombres y mujeres, humanos, buenos que sean escuchados).

Para mí, la Patria es aquella donde uno tiene su corazón, en el sentido figurado más puro posible. El corazón de uno está en aquello que vive día a día, en su hogar, en sus amigos y familiares, en sus hábitos y esperanzas, incluso en sus miedos. El corazón no está en un palmo de tierra; en un mundo, y con nosotros, en constante movimiento, decir “esta tierra es mía” o “pertenezco a esta tierra” suena hasta ridículo. No obstante, y aunque suene contradictorio, he de afirmar lo siguiente: la única tierra a la que verdaderamente podemos estar unidos es a aquella que nos ha visto crecer y vivir.

Valencianos, catalanes, murcianos, andaluces, vascos, gallegos… todos somos hijos del Mediterráneo y del Atlántico, incluso los que no tienen cerca el mar pueden considerarse sus hijos adoptivos. Su aire, sus aguas, su fauna y flora… El mar nos dio la vida, y a él se la debemos. ¿Una bandera?  La única bandera que ondea en mi alma es la que las olas del mar tienen a bien ofrecernos con su vaivén, ondeando sutil y grácilmente, al son del viento, meciendo su tela.

No concibo que la gente no se dé cuenta de ello. No concibo qué la gente no entienda que todo eso nos une, y no nos separa. No sólo compartimos historia, tradiciones y cultura, sino que además la tierra y el mar nos invitan a conectarnos los unos y los otros de una manera espiritual.

¿Nacionalismo? Más bien digamos el “Supremacismo”. Veo las noticias, escucho y leo las opiniones, y todo cuanto veo es el afán por imponer una idea sobre la otra, por la supremacía ideológica en un territorio en detrimento de las otras.

No soy nacionalista, más bien llamadme romántico (en el concepto original de la palabra: roman, la novela francesa usada para describir lo inefable, lo indescriptible, como la belleza, los sentimientos y la libertad), pues es la libertad, en consonancia con la felicidad, el fin constante que el ser humano debe buscar desde el momento en que nace, no la “defensa de la Nación”.

Uno debe defender aquello que amenaza a su corazón. Pero difícilmente veo defendible los colores de una bandera salvo ataque militar de país extranjero, pues es entonces cuando peligra todo, ya no sólo la tierra, sino la vida que conocías hasta el momento.

Son tiempos convulsos los que nos ha tocado vivir. Que si una Cataluña independiente; que si una España con Cataluña… Todo son conceptos jurídicos para definir líneas territoriales; se trata de una pelea por el poder, por el control, por “imponer”.

Es la cotidianidad la que nos da la verdadera libertad; los momentos de felicidad resumidos en instantes eternamente cortos. La lengua con la que te expreses, el lugar donde estés y las leyes del gobierno de turno, son secundarios… son instrumentos vehiculares a través de los cuales vivimos en sociedad, pero al final lo que importa es el individuo, la vida en sí, el porqué, no el cómo.

Sin embargo, los bueyes no medran en España; no hay conformistas en España, ante la injusticia o lo contrario a la ética social hace que el humilde ciudadano se levante y grite “¡Ya basta!”, y los gobernantes, sabiendo esto, se aprovechan de la situación para sacar beneficio económico y control de este tira y afloja, donde el que sufre es el ciudadano que ve cómo lo que ha conocido toda su vida se desmorona por las ansias de unos y otros por mantener e imponer sus reglas.

La vida en sociedad, es cierto, debe estar regida por unas normas, por unos derechos y deberes, pero no dejan de ser directrices para una convivencia entre individuos. Es el aprovechamiento al máximo de la vida de cada uno, exprimir cada segundo de este paso temporal por el mundo, lo que nos hará ser felices; no lo hará cambiar las reglas de juego y sus catastróficas consecuencias.

Me duele España. Me duele saber que, siendo tan distintos pero estando tan unidos, “España” y los “no españoles” no ven lo que es verdaderamente importante: el respeto, la tolerancia y la libertad en la vida diaria de sus conciudadanos.

Y tanto en un caso como en otro, la vida cotidiana no cambiaría drásticamente, salvo por una decisión irresponsable y no reflexionada en sede gubernamental que cambiase todo cuanto conocemos, ¿verdad?

Al fin y al cabo, como dijo Dostoyevski, la belleza (y el amor) salvarán al mundo.

                                                                                                                       Andrés Bolufer Mata.


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