¡Oh, vosotros, que gozáis de sano entendimiento; descubrid la doctrina que se oculta bajo el velo de tan extraños versos! ~ Dante; Inferno

sábado, 5 de noviembre de 2016

Se desvanecerán en el aire

Esta noche me ha dado por pensar, por recordar.
Han pasado ya unos cuantos años desde que empecé mi época universitaria, y pensar que ésta está llegando a su fin me da pavor. Tengo un miedo absoluto e irrefrenable al futuro, a pensar qué será de mí y al mayor de mis temores: el fracaso.
Pero, por encima de todo eso, me aterra pensar en que puedan llegar a terminarse muchos buenos momentos; que buenas relaciones se den de bruces con el paso del tiempo y desaparezcan de un plumazo sin poder evitarlo.
No somos dueños de los actos y pensamientos de los demás y, a veces, tampoco de los nuestros propios. Se debe aprender a convivir con ello, ser estrictamente estoicos al respecto... pero ahoga tanto pensar en ello.
Hace tiempo que me hice a la idea de estar solo en el futuro, no porque vaya a suceder a ciencia cierta, sino como preparación a lo que pudiera llegar a pasar. No obstante, nada hará que no pase por ese valle de amargura llegada la ocasión.
Es inexorable. Lo conlleva la vida. Por supuesto, perdurarán las relaciones de amistad, de amor, de compañerismo... pero los momentos vividos no volverán jamás. El tiempo avanza y con él nuestras vidas. Lo que ahora pueda llegar a ser rutina, desaparecerá en su momento, dando paso al cambio y a la extrañeza. Sólo quedará el recuerdo de lo vivido y las emociones que sentimos.
Sólo nos queda una solución lo suficientemente válida como para tomar en serio: vivir al máximo el presente; inspirar al tiempo que disfrutamos cada sorbo de aire, pues será el último que tomemos en el presente para que pasen a ser pretérito de una vida que se nos escapa.


jueves, 2 de junio de 2016

Vestigios de humanidad

El tiempo no pasa en balde. Jamás.

Con cada día que dejamos atrás, un pedacito de nosotros cae cual hoja de un árbol en otoño; al menos, en lo que a mí respecta.
Imagino que habrá quienes en vez de perder esencias de sí mismos, recogerán retazos de otras almas, creciendo cada día gracias a lo que aprenden de los demás. Pero hay quienes, como yo, nos debilitamos mental y físicamente con la última luz de cada día. Nuestras fuerzas y ánimos se agotan al sentir cómo el tiempo nos atraviesa el alma y nos zozobra nuestro ser hasta obligarle a soltar esos pedazos de nosotros, pedazos que no recogeremos jamás.
Tal vez sea la falta de costumbre, o quizá la falta de ánimos para hacer cualquier cosa... o quizá sea la mera retrospectiva, la cual nos recuerda que cualquier tiempo pasado fue mejor. Lo importante es que sentimos cómo dejamos de ser personas para fundirnos con nuestros pensamientos cada día, dejando atrás cualquier vestigio de humanidad.
No pasamos a ser dioses, ni mucho menos, pero sí sentimos cómo dejamos de formar parte de este mundo para que cada día, al abrir los ojos y salir a la calle, no prestemos la atención necesaria a la "realidad", como si fuésemos entes en pena, espíritus que vagan sin un lugar al que pertenecer.
Perdemos recuerdos, perdemos pensamientos, perdemos ideales que antaño teníamos por bandera... perdemos nuestra forma de ser.
Sabes que te hablaban, te cuentan cosas; sabes que la gente también tiene sus problemas y sus propias personalidades, que el mundo no gira a tus pies... pero nada importa ya. Sólo existe tu mundo, tu realidad, tu dimensión. Oyes cómo tu cerebro hace un "click" y pasa a entrar en "modo ahorro": dejas de escuchar aquello que no te importa, dejas de darle importancia a cosas que no te afectan ni a ti ni a tu círculo social... Dejas, en definitiva, de ser humano para pasar a ser una mera "persona", algo que existe y que tiene su propia voluntad, pero carente de sentimientos.
Recuerdas que te sentías un autómata en tu infancia y te preguntas si estás regresando en el tiempo, si tu interior está dando marcha atrás a un reloj espiritual para darte paso a un estado en el que todo era comodidad y frialdad.
Curioso es que alguien que aprecia tanto la vida como yo se pueda llegar a sentir así algunos días.
El mañana es como un sueño para nosotros, un sueño que nos llama a alcanzarlo, pero que, en el transcurso del mismo, se convierte en una pesadilla en la que nuestro cuerpo se vuelve rígido como una piedra y debes gritar, emitir cuantos gañidos hagan falta, para que alguien te escuche y que con una palmada en el hombro te despierte de un letargo que parece no tener un buen fin.
En las profundidades de las aguas que mecen los pensamientos me hallo. Aguas que podrían ser primas hermanas de las aguas del Leteo, pero es gracias a ellas que escribo hoy esto, después de tanto tiempo sin escribir palabra alguna.

Hoy, siento cómo una hoja se ha posado grácilmente sobre un lago...


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