¡Oh, vosotros, que gozáis de sano entendimiento; descubrid la doctrina que se oculta bajo el velo de tan extraños versos! ~ Dante; Inferno

domingo, 20 de diciembre de 2015

Canción de fuego y noche

Esta noche la luna me incita a divagar.
Divagar, imaginar, improvisar. Llámalo como quieras, al fin y al cabo hablamos de la forma más pura que existe de representar nuestra alma, o al menos una parte de ella.
No cabe la lógica en estas demostraciones, sólo cabe el fuego. El fuego, una llama... eso es todo lo que aparece en mi mente. El fuego vive, el fuego arde de pasión; las llamas son una incesante fuente de improvisaciones: cada chispa, cada chisporroteo, cada gota ardiente bailando con asombroso y asfixiante poderío.
Nuestras almas son fuego, son vida, son entes imperturbables. Nacieron con el único propósito de abrazarse a ellas mismas, de adorarse a sí mismas y a sus semejantes. Los que son incapaces de arrancarse los ojos no entenderán esto, no lo harán; se necesita un gran acto de fe para perder partes de uno mismo.
Vivir, soñar y arder, ¡sí, arder!
Mi corazón es una llama que da calor a quien busca cobijo, pero los más incautos deben guardar las distancias para no quemarse; cuanto más cerca del fuego, más calor... cuanto más cerca de la luz, mayor será la sombra. 
Y sin embargo, es el fuego quien, en ocasiones, decide acercarse porque es él quien necesita de alguien para existir. Tanto poder y tanta dependencia en una misma existencia. ¡Irónico!
Pero, ¿qué hay en esta vida que no sea irónico, después de todo? 
Como, por ejemplo, que yo esté hablando del fuego habiendo sido inspirado por la luna, un ente gélido e impertérrito...


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