¡Oh, vosotros, que gozáis de sano entendimiento; descubrid la doctrina que se oculta bajo el velo de tan extraños versos! ~ Dante; Inferno

martes, 30 de julio de 2013

El hombre de hielo

"El tema Gift of life no me pertenece, sino que su compositor es Thomas Bergersen".


Una vez conocí a un hombre, a un hombre de hielo. Un hombre muy peculiar, pues se respiraba la gelidez de su presencia. No era un frío natural, del que te invita a abrigar tu cuerpo para ganar calor; era un frío imperceptible a través de los sentidos.
Quiso el destino que permaneciera varios días con él, con ese extraño ser. A medida que el tiempo que pasábamos juntos aumentaba, iba entendiendo cómo era su personalidad, le iba "comprehendiendo". Nada le preocupaba, nada que ocurriese a su alrededor le importaba; ni se inmutaba. Si le hablabas, simplemente escuchaba; ni una opinión salía de su boca.
Me acostumbré al silencio que emanaba de nuestra compañía, así que simplemente caminábamos tranquilamente por las calles, sin articular palabra alguna. Llegué a apreciar verdaderamente esos paseos, pues la calma que se advertía al caminar inundaba mi ser, empezando, por fin, a descubrir porqué el hombre de hielo era así. 
En un uno de nuestros paseos, en esta ocasión por la montaña, el hombre de hielo me sorprendió. No hizo nada asombroso, simplemente sonrió, algo que hasta el momento no había hecho. Es más, no fue sólo la sonrisa la que me impresionó, sino también el porqué: estaba mirando una flor silvestre. Se agachó y la contempló durante unos minutos, llegando a rozar sus pétalos, como si saboreara el momento. Fue entonces cuando sonrió, levemente, casi imperceptible.
Seguimos nuestro camino, y éste nos llevó a un acantilado, junto al mar. Y fue en ese momento cuando descubrí la verdad. Tuvimos la suerte de ver un atardecer espectacular, de esos dignos de pintarse un cuadro. Mientras admiraba el panorama, giré la vista para ver la expresión del hombre de hielo, y si bien ésta no cambió, por primera vez me fijé en sus ojos claros, aquellos que me revelaron la verdad.
Se dice que los ojos son el espejo del alma, ¡y con razón! Pude apreciar, al fin, la naturaleza de este extraño ser, pues, a diferencia de otras ocasiones, esa vez no se mostraba impávido, sino que sus ojos ardían de pasión al admirar el crepúsculo, sus ojos resplandecían de sabiduría, refulgían de vida...

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