Nunca medraron bueyes en los páramos de España
Me duele España, decía Miguel de Unamuno ante la
barbarie que estaba presenciando, allá por inicios del s. XX, al ver cómo el
fascismo ganaba enteros en su amada tierra.
Hay que ver, Miguel, qué poco hemos cambiado después de tanto
tiempo. No, ni siquiera un ápice.
En la actualidad tan intensa que estamos viviendo, no podemos
siquiera imaginar cómo fue tu época, pero sí podemos sacar sabiduría de
palabras de sabios y poetas como las tuyas o el propio Miguel Hernández, quien
dijo que nunca medraron bueyes en los
páramos de España en su poema Vientos
del pueblo.
El poeta de Orihuela, quien también sufrió el fascismo en
carne propia, tenía toda la razón del mundo; sus viajes a lo largo de las
tierras del país le permitieron hacerse una idea de cómo era en verdad España:
una tierra donde en cada rincón todo es diferente; las ideas, las
personalidades e incluso las comidas, pero sin duda, todos unidos bajo la misma
premisa, la libertad y la vida.
¿Qué significa España, ser español? ¿Qué quiere decir Nación?
¿Qué es ser patriota o nacionalista?
Estos dos hombres que he mencionado supra murieron a manos de gente que decía ser patriota. Estos dos
hombres escribían sobre la patria, y fueron acusados de no ser patriotas. Por
este motivo, ¿qué demonios significa ser patriota como para que todo el mundo
alardee de ello e incluso ataque al prójimo?
A día de hoy, sigo sin saberlo. Me he aventurado a sacar una
conclusión, una definición, por mí mismo (un tanto inocente, es cierto, pero es
en la inocencia donde radica la verdadera esencia de la bondad, y lo que
necesita el mundo son, precisamente, hombres y mujeres, humanos, buenos que sean escuchados).
Para mí, la Patria es
aquella donde uno tiene su corazón, en el sentido figurado más puro posible. El
corazón de uno está en aquello que vive día a día, en su hogar, en sus amigos y
familiares, en sus hábitos y esperanzas, incluso en sus miedos. El corazón no
está en un palmo de tierra; en un mundo, y con nosotros, en constante movimiento,
decir “esta tierra es mía” o “pertenezco a esta tierra” suena hasta ridículo.
No obstante, y aunque suene contradictorio, he de afirmar lo siguiente: la
única tierra a la que verdaderamente podemos estar unidos es a aquella que nos
ha visto crecer y vivir.
Valencianos, catalanes, murcianos, andaluces, vascos,
gallegos… todos somos hijos del Mediterráneo y del Atlántico, incluso los que
no tienen cerca el mar pueden considerarse sus hijos adoptivos. Su aire, sus
aguas, su fauna y flora… El mar nos dio la vida, y a él se la debemos. ¿Una
bandera? La única bandera que ondea en
mi alma es la que las olas del mar tienen a bien ofrecernos con su vaivén,
ondeando sutil y grácilmente, al son del viento, meciendo su tela.
No concibo que la gente no se dé cuenta de ello. No concibo
qué la gente no entienda que todo eso nos une, y no nos separa. No sólo
compartimos historia, tradiciones y cultura, sino que además la tierra y el mar
nos invitan a conectarnos los unos y los otros de una manera espiritual.
¿Nacionalismo? Más bien digamos el “Supremacismo”. Veo las
noticias, escucho y leo las opiniones, y todo cuanto veo es el afán por imponer
una idea sobre la otra, por la supremacía ideológica en un territorio en
detrimento de las otras.
No soy nacionalista, más bien llamadme romántico (en el
concepto original de la palabra: roman,
la novela francesa usada para describir lo inefable, lo indescriptible, como la
belleza, los sentimientos y la libertad), pues es la libertad, en consonancia
con la felicidad, el fin constante que el ser humano debe buscar desde el
momento en que nace, no la “defensa de la Nación”.
Uno debe defender aquello que amenaza a su corazón. Pero
difícilmente veo defendible los colores de una bandera salvo ataque militar de
país extranjero, pues es entonces cuando peligra todo, ya no sólo la tierra,
sino la vida que conocías hasta el momento.
Son tiempos convulsos los que nos ha tocado vivir. Que si una
Cataluña independiente; que si una España con Cataluña… Todo son conceptos
jurídicos para definir líneas territoriales; se trata de una pelea por el
poder, por el control, por “imponer”.
Es la cotidianidad la que nos da la verdadera libertad; los
momentos de felicidad resumidos en instantes eternamente cortos. La lengua con
la que te expreses, el lugar donde estés y las leyes del gobierno de turno, son
secundarios… son instrumentos vehiculares a través de los cuales vivimos en
sociedad, pero al final lo que importa es el individuo, la vida en sí, el
porqué, no el cómo.
Sin embargo, los bueyes no medran en España; no hay
conformistas en España, ante la injusticia o lo contrario a la ética social
hace que el humilde ciudadano se levante y grite “¡Ya basta!”, y los
gobernantes, sabiendo esto, se aprovechan de la situación para sacar beneficio
económico y control de este tira y afloja, donde el que sufre es el ciudadano
que ve cómo lo que ha conocido toda su vida se desmorona por las ansias de unos
y otros por mantener e imponer sus reglas.
La vida en sociedad, es cierto, debe estar regida por unas
normas, por unos derechos y deberes, pero no dejan de ser directrices para una
convivencia entre individuos. Es el aprovechamiento al máximo de la vida de
cada uno, exprimir cada segundo de este paso temporal por el mundo, lo que nos
hará ser felices; no lo hará cambiar las reglas de juego y sus catastróficas
consecuencias.
Me duele España. Me duele saber que, siendo tan
distintos pero estando tan unidos, “España” y los “no españoles” no ven lo que
es verdaderamente importante: el respeto, la tolerancia y la libertad en la
vida diaria de sus conciudadanos.
Y tanto en un caso como en otro, la vida cotidiana no
cambiaría drásticamente, salvo por una decisión irresponsable y no reflexionada
en sede gubernamental que cambiase todo cuanto conocemos, ¿verdad?
Al fin y al cabo, como dijo Dostoyevski, la belleza (y el
amor) salvarán al mundo.
Andrés Bolufer Mata.